miércoles, 28 de abril de 2010

Los terceros partidos se abren camino


Desde el final de la II Guerra Mundial los sistemas de partidos de Europa Occidental y Nórdica se han mantenido prácticamente estables. Algunos sistemas venían consolidándose de antes, como Reino Unido; otros desarrollaron nuevos sistemas de partido, como Francia o Alemania; y otros tuvieron un desarrollo más tardío, como España y Portugal al salir de la dictadura.


En general, todos ellos se han caracterizado por poseer un multipartidismo polarizado o un bipartidismo imperfecto. Conservadores y laboristas en Reino Unido, democristianos y socialdemócratas en Alemania, gaullistas y socialistas en Francia, populares y socialistas en España, socialdemócratas y socialistas en Portugal… hasta los más multipartidistas, como Holanda, con un partido democristiano unión de tres partidos confesionales, un partido laborista y dos partidos liberales; o Bélgica, con socialistas, democristianos y liberales divididos en dos por la cuestión lingüística.


Ese sistema se ha roto, o se está rompiendo, en la mayoría de países europeos. Los liberal demócratas recuperan peso en la política británica, los socialdemócratas alemanes se hundieron a favor de liberales e izquierda, los verdes franceses comen terreno al socialismo, el Bloque de Izquierda portugués crece a costa de comunistas y socialistas… y, sobre todo, la extrema derecha mantiene su presencia, incrementándola o manteniéndola. El Partido Liberal austriaco, el Partido de la Libertad holandés, el Frente Nacional de Le Pen, la Liga Norte de Bossi, el Interés Flamenco en Bélgica, y recientemente Jobbik en Hungría.


En España, en cambio, ni a izquierda ni a derecha hay graves amenazas para los dos grandes partidos, que reúnen el 80% del voto. Pero el miedo está acercándose: Plataforma por Cataluña espera obtener resultados aceptables con su xenofobia mientras el enjuiciamiento a Garzón se intenta desviar cuestionando la legitimidad que tiene Falange de las JONS para acusar al mediático juez, y hasta pedir su ilegalización.


Los partidos tradicionales han ido perdiendo credibilidad a medida que no saben responder a sociedades cada vez más plurales. La sociedad no sólo se divide por las clases tradicionales o ideologías, sino que entran el juego la inmigración, las bajas expectativas de empleo para la juventud, el género, un mapa religioso más diverso, además de la corrupción y la eterna crisis de valores e ideas. No es extraño que surjan formaciones que cambien el sistema de partidos. Los ciudadanos tienen temor de perder o no encontrar trabajo, la inseguridad ciudadana, las nuevas relaciones culturales, o la corrupción y la eterna lucha política no por gobernar, sino por copar clientelarmente la administración pública. En una frase, “los tiempos están muy malos y las personas como yo viven malamente en este país”.


Tampoco es extraño que los partidos tradicionales reaccionen frente a los nuevos competidores, sean extremistas o transversales. Los Libdem han empezado a sufrir ataques de la prensa afín a laboristas y Tories. En Bélgica se apela al “cordón sanitario” frente a la extrema derecha flamenca. En Alemania pesa siempre sobre el ultraderechista NPD la sombra de la ilegalización, algo que en España ya tiene Batasuna, muy acertadamente porque, a diferencia de los demás, su participación política se acompaña, aún, de la sumisión al terrorismo etarra. Por otra parte, el auge de UPyD provoca auténtico temor por igual a conservadores y socialistas.


Estos nuevos partidos no pueden ser combatidos con la ilegalización o la demonización. Si los ciudadanos los votan, es por algo. Que los partidos de ultraderecha reciban votos de los barrios obreros ya dice mucho. Si partidos transversales, como los Libdem o UPyD se abren camino entre los grandes también merece una reflexión. Esto es terrible para el futuro de la socialdemocracia clásica. Sus votantes no son las clases medias-altas de los conservadores, sino las clases populares, que son las que se están decantando por nuevos partidos.


Simplemente, los partidos tradicionales se han olvidado de los ciudadanos. Huérfanos, buscan otras opciones políticas que recojan sus problemas y temores, sin descartar la abstención. Son terribles los datos de participación de Polonia: 40% en 2005. Los partidos no convencen. En vez de reflexionar, se dejan dominar por una verdadera histeria y ceguera conservadora, tienen más miedo de perder todas las ventajas que da el poder que responder a los ciudadanos. Hay que abrir los ojos, los partidos no son profetas de una verdad inmutable, sino organizaciones humanas que no tienen razón de ser sin ciudadanos. Puede existir la ciudadanía sin partidos, pero no al revés.


¿Es que se va a volver a la “normalidad” ilegalizando partidos o arrojando sobre ellos todo el aparato mediático tradicional? Si la Alemania de Weimar hubiera ilegalizado al Partido Nazi no se habría resuelto nada, las razones de su existencia seguían ahí. En su lugar, se puede provocar una fractura del sistema político con la sociedad.


La democracia sólo funciona cuando todo sigue como antes, parece pensar la élite establecida. Cabe preguntarse realmente si los partidos tradicionales se preocupan por los ciudadanos o por ellos mismos y sus aparatos político, mediático y económico. Los de siempre, en definitiva. El sistema político está para servir a la ciudadanía, no al contrario.

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"Instrúyanse, porque necesitaremos toda vuestra inteligencia. Conmuévanse, porque necesitaremos todo vuestro entusiasmo. Organí­cense, porque necesitaremos toda vuestra fuerza".

Antonio Gramsci, Fundador del Partido Comunista Italiano

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