miércoles, 26 de septiembre de 2012

La oportunidad de los ciudadanos de Cataluña


Artur Mas ha dado por finalizada la legislatura más corta de la historia reciente de la Generalitat de Cataluña y ha llamado a elecciones para el próximo 25 de noviembre. Los adelantos electorales suelen deberse a diversos motivos: la inexistencia de una mayoría parlamentaria para gobernar, la existencia de sondeos favorables a ampliar la mayoría del partido gobernante o el fracaso total de la política del gobierno de turno.

Está claro que no es por la falta de una mayoría. Convergència i Unió tiene mayoría relativa (62 de 135), Artur Mas pudo ser investido presidente gracias a la abstención de los socialistas y ha contado con la ayuda de diversos partidos de la oposición para llevar adelante sus políticas: ha podido contar con el PP para la aprobación de los presupuestos y perpetrar los terribles recortes en la sanidad, en la educación o la introducción del repago; ha podido contar con Esquerra Republicana para evitar llevar al Parlament su corrupción en el caso Palau a cambio de tensar la cuerda con el resto de España y llevar al debate político la idea del pacto fiscal -para cuya aprobación también contó con la ayuda de Iniciativa per Catalunya- y dar ánimos al independentismo y a la extensión de los típicos estereotipos -"España nos roba", "el sur subvencionado", expolio fiscal, etcétera-. Ha sido una legislatura con apoyos variables y bastante fecunda en cuanto a recortes y eclosión del independentismo como vía para desviar la atención. Es cierto que han existido grandes manifestaciones de los trabajadores del sector público (personal sanitario, educativo, bomberos, trabajadores del transporte público, etcétera), pero no han tenido ni la repercusión mediática ni el apoyo masivo que han tenido otras convocatorias, las de tinte identitario y secesionista. Son estas manifestaciones independentistas, como la convocada por la Assemblea Nacional Catalana, a las que han ido dirigidas los mayores esfuerzos de partidos y colectivos que se dicen de izquierda, pero que han prestado un gran servicio a Artur Mas para no hablar de los recortes que sufren las clases medias y trabajadoras. 80.000 enfermos en listas de espera y 800.000 parados (más de 135.000 respecto a 2010) es la herencia de este bienio.

Son a estos manifestantes y a sus mensajes -"Catalunya, nou estat d'Europa"- los que han sido asumidos por Artur Mas para presentar a Rajoy su propuesta de pacto fiscal y, tras recabar la negativa, envolverse en la senyera y apelar a los catalanes y al derecho a decidir. Artur Mas se ha situado en un callejón sin salida, una huida hacia adelante pero de corto recorrido, ya que ha apostado por la unilateralidad y la confrontación no solo con el resto de España sino con las reglas democráticas. Mas, y los líderes de Esquerra, Iniciativa y Solidaritat juegan con el populismo de proclamar que "no hay límites a los deseos de la ciudadanía", obviando que el respeto a las reglas de la democracia no es un límite, es la garantía del respeto a la voluntad popular, la conservación de la convivencia y del respeto a la minoría y de evitar la tiranía de la mayoría. Las proclamas esencialistas del nacionalismo y de los que se suman a ese carro harían que Thomas Jefferson, defensor del republicanismo, se revolviera en su tumba.

La propuesta de resolución para el Debate de Política General del Parlament de Cataluña, defendiendo -una vez más- el derecho a la autodeterminación, en su argumento, dice así: "Bona part d’aquest catalanisme ha volgut trobar durant molts anys un encaix de la nostra realitat nacional al si de l’Estat espanyol mitjançant l’aportació d’estabilitat econòmica i regeneració en les formes de Govern, a canvi del reconeixement de la nostra llengua, la nostra cultura i un cert nivell d’autogovern", no hace falta traducirlo. Parece notorio observar que el catalanismo, en cuanto obtener el reconocimiento del catalán, de la cultura catalana y del autogobierno de Cataluña ha tenido un éxito total. En la Constitución de 1978 se reconocen las nacionalidades que se integran en España y el respeto por el autogobierno de las regiones, en directa influencia de la Constitución de 1931. Pero, añade la propuesta, "diferent en funció del període històric", es decir, abierto. Personalmente, creo que esta interpretación política del catalanismo es una más de las posibles; yo creo que la intención esencial del catalanismo histórico fue la lucha por la democracia y la configuración de una España plural, dado que tan grandes son los lazos de Cataluña con España hasta tal punto que, aunque es imaginable una Cataluña fuera de España, no es imaginable una España sin Cataluña

Sigue la propuesta en mantener los tópicos y retorcer la realidad: "la col•laboració amb l’entrada a la Unió Europea i a l’euro, la contribució a la modernització econòmica i al progrés democràtic, han topat amb una clara voluntat de recentralització i de laminació de l’autogovern –expressada amb les continuades invasions competencials i, de forma molt significativa, amb la sentència del Tribunal Constitucional sobre l’Estatut d’Autonomia de 2006-, l’incompliment dels compromisos continguts en els diferents acords entre Catalunya i l’Estat Espanyol, una inversió en infraestructures molt menor al pes econòmic sobre el conjunt de l’Estat,  el menyspreu i l’assetjament contra la llengua i la cultura catalanes i un dèficit fiscal continuat durant aquest període equivalent anualment al 8% de la creació de riquesa que avui posa en perill la cohesió social i el progrés econòmic". Es decir, acoso a Cataluña manteniendo el fantasma del expolio fiscal -contestado de forma muy buena por Francesc de Carreras, catedrático de la UAB- y presentar el trabajo del Tribunal Constitucional como algo distinto a su observancia de la constitucionalidad de las leyes que emanan de la soberanía nacional, en tanto que el Estatuto de Cataluña de 2006 es una ley orgánica elaborada por el Parlament catalán, sí, pero aprobado en última instancia por las Cortes españolas y refrendado por los ciudadanos de Cataluña -aunque fuera en una consulta con la participación muy reducida, lo que debería haber llevado a reflexión en Cataluña si el nuevo Estatuto era una demanda tan clara de la ciudadanía tal y como se presentaba en 2003-. Las reglas están para cumplirlas y, como son reglas libremente elaboradas, pueden cambiarse. La respuesta del nacionalismo catalán no es pedir el cambio de reglas, sino violarlas. La reivindicación nacionalista y la independencia son legítimas, no las formas en lo que podría sentar un peligroso precedente. ¿Con qué autoridad pretende presentar Artur Mas su transició y sus estructures estatals si alienta la violación de las reglas que no gustan? 

Esta transició y las estructures estatals que utiliza Artur Mas para evitar la palabra independencia son acertadamente replicadas por Guillem Martínez ayer en El País: "vete a saber lo que es". ¿Incluirá Convergència i Unió la independencia en su programa electoral para la nueva convocatoria? Está claro que introducirá el "derecho a decidir" -tan limitado que no se trata de decidir sobre los recortes, que debería ser el tema estrella de las elecciones anticipadas, sino de los temas identitarios, que tapan el verdadero debate que afecta a los ciudadanos en Cataluña y en el resto del mundo- y la promesa de convocar un referendo sobre la autodeterminación pero, ¿incluirá la preferencia de CiU ante hipotéticas consultas? En la posición respecto a España están posicionados claramente el resto del arco político: PSC, PP y C's apuestan por mantenerse en España y, de ellos, el PSC apuesta claramente por una configuración federal del Estado; ERC y Solidaritat per la Independència defienden la separación radical de Cataluña e incluso la declaración de independencia unilateral. Solo CiU es ambigua a este respecto, junto con Iniciativa per Catalunya, que primero defiende un federalismo que es confederalismo encubierto -la izquierda más allá de los socialistas siempre tiene problemas con los conceptos políticos- y luego el derecho a decidir, pero no se han decidido claramente si quieren a Cataluña dentro, fuera o al lado de España.

Una carta al director en El País es bastante elocuente:


Estoy a favor de un referéndum de autodeterminación para acabar de una vez con esta incertidumbre. Ahora bien, en caso de que salga el ,me surgen muchas preguntas:
¿Continuaremos con la impunidad penal de los políticos corruptos?
¿Continuaremos culpabilizando de todo a Madrid?
¿Continuaremos sin pedir responsabilidades a los políticos malversadores?
¿Continuaremos siendo una sociedad acrítica como hasta ahora?
¿Continuará la manipulación mediática y el fomento del pensamiento único?
¿Continuaremos regalando millones de euros a las entidades parasitarias de siempre?
¿Es esta la Cataluña independiente que queremos, una Cataluña endogámica, cerrada en sí misma y que todo el día se mira el ombligo?
¿Queremos una Cataluña donde se persiga la pluralidad, dividida en dos, donde unos son los buenos y los otros los malos (Mas dixit)?
Creo que hablo en nombre de los millones de catalanes que no quieren volver al siglo XIX, los catalanes invisibles a los medios de comunicación de casa. Laia Puig Martí.


Hay un discurso impuesto de que criticar el nacionalismo o al catalanismo, una opción legítima dentro de la libertad de expresión, es un ataque a las esencias de Cataluña. ¡Nada más lejos de la realidad! Cierto que existe un cierto anticatalanismo que, como otros discursos son deleznables, como el de que Extremadura o Andalucía son regiones subvencionadas o subdesarrolladas, como sostuvo un concejal de ICV, y cuyos parados aprovechan el dinero de Cataluña (de Cataluña, dicen, no de los ciudadanos, ni siquiera de los catalanes) para irse a bares, como dijo Duran i Lleida. El discurso victimista me recuerda al discurso sostenido por los políticos y cierta opinión pública de Israel, de que cualquier crítica contra Israel es antisemita y justificaría hasta el Holocausto. Cataluña, como cualquier otra región de España o de Europa, es digna de visitar y disfrutar de su cultura, sus municipios, sus paisajes y su gente. Pero si es una ciudadana de Cataluña, y por cuyo nombre no parece que sería acusada de "inmigrante", "charnega", etcétera, es la que nota que en Cataluña también hay problemas de acriticismo, de señalización de enemigos internos -inmigrantes, "malos catalanes"- o externos -Madrid-, de clientelismo alimentado con el dinero del contribuyente y casi de "sociedad enferma" y prepotente, ¿no será que existe realmente un problema en Cataluña que no se resuelve con la independencia? Ojo, que lo que pasa en Cataluña es lo mismo que pasa en el resto de España o en otros países: superados los argumentos esencialistas de la nación, el modelo del independentismo catalán es el de la Liga Norte de Umberto Bossi, el nacionalismo de ricos.

A la ciudadanía en Cataluña se le presenta una oportunidad. Artur Mas y CiU intentarán que la convocatoria electoral sea una elección entre independencia sí o no, y puede que -desgraciadamente- lo consigan, independiente de que incluyan el soberanismo o no en su programa, aunque se exige un poco de concreción a los ciudadanos. Los recortes quedarán ocultos tras la ola del soberanismo; ERC hablará de que lucha nacional y lucha social son lo mismo, pero, en realidad, Esquerra ha subordinado la denuncia de los recortes sociales en pos del apoyo al gobierno de Mas para la transició nacional; ICV, que es cierto que se ha opuesto con ahínco a los recortes de Mas, ha contribuido a que la cuestión nacional sea el debate predominante en Cataluña con su apoyo al pacto fiscal; el PP ha sido el principal avalista de los recortes de CiU y contribuye, con su nacionalismo español más centralizador, al anticatalanismo y a la separación; Solidaritat, como Esquerra, tendrá difícil situarse si CiU decide capitalizar el independentismo y tendrá que derivar a un nacionalismo más visceral, más retrógrado y antiespañol; Ciutadans parece gozar de un apoyo electoral estable pero estancado en lo que Duverger llamaría "partido testimonial" y, como UPyD, su programa genera un amplio rechazo de la mayoría de los catalanes. ¿Sería la hora del "nou PSC"?

Artur Mas, con el intento de obviar la gran regresión que ha sufrido Cataluña por su propia responsabilidad, quiere que la discusión política se desplace del eje entre izquierda y derecha a independencia-no independencia. Es notoria la esterilidad de este camino: después de la separación, ¿qué? ¿Los problemas se resolverían automáticamente? ¿Cómo se configuraría la política catalana? ¿CiU daría marcha atrás a los recortes y abandonaría su neoliberalismo, que es la marca de CDC, y su conservadurismo, de Unió, por apoyar la lucha social que dice defender Esquerra? ¿Cómo pretenden vender la idea de un Estado soberano pleno, cuando en la UE ya no puede existir tal cosa? ¿Cómo pretenden argumentar si la UE exige a sus socios la transferencia, en fondos de cohesión, de rentas de países más ricos a los más pobres, o las exigencias de Alemania a los países con mayores problemas económicos? Está claro que Cataluña no puede ser la "Holanda del Mediterráneo", como dice Mas, en todo caso podría convertirse en lo mismo que es ahora: un país con muchos problemas económicos de los que los gobiernos catalanes son directamente responsables. El nacionalismo no puede responder ni a la realidad ni a las hipótesis.

No, es necesario que la cuestión social, la defensa del Estado del bienestar y las opciones socialdemócratas a la crisis se cuelen en el debate electoral. El PSC, al que el desafío nacionalista parece haber centrado su defensa del federalismo y de los lazos que existen entre Cataluña y el resto de España, podría convertirse de nuevo en opción alternativa a CiU. Es cierto que el PSC ha tenido muchos complejos para configurar un discurso alternativo al nacionalismo, que su labor en el tripartito deja mucho que desear y que no han contestado con fuerza ni al pacto fiscal ni a los fuertes recortes. Es necesario que se diga claramente a la ciudadanía que la política de recortes y privatizaciones no resuelve la crisis, sino que profundiza la crisis y hace que la gente acepte más sacrificios mientras una selecta minoría, la élite económica, se beneficia; esa es la salida neoliberal, un nuevo fantasma que recorre Europa, pero sembrando el temor y generando apatía entre la mayoría social. Es imperiosa una respuesta unificada de la izquierda europea al desafío neoliberal; es en esta óptica donde se entiende el federalismo que defiende el PSC, de colaboración con el PSOE -porque Cataluña por sí sola no puede resolver la crisis ni reconstruir el Estado de bienestar-, como el socialismo español defiende el federalismo europeo y la unión política de Europa, colaborando con el resto de partidos socialistas europeos.

Parece que el PSC no va a celebrar primarias por la premura de las elecciones. Es algo que deberían haber previsto. Aún así, creo que la celebración de primarias sería una buena oportunidad para situar al PSC en el centro del debate político y así introducir el mensaje socialista en las elecciones frente al nacionalista. Son muchos los problemas que aquejan al PSC: debilidad del liderazgo de Pere Navarro, tensiones con los miembros más sensibles al soberanismo, pérdida del poder municipal, etcétera... el PSC tiene que recuperar el voto de los trabajadores, aquellos que, aunque sus familias no sean de origen catalán, son igualmente catalanes -pese a lo que opinen sectores del nacionalismo más radical- pero les preocupan cuestiones más sociales, porque las identitarias ya están a salvo con el respeto a la Constitución, a la libertad consagrada en ella y en el autogobierno catalán. El PSC tiene que recuperar también los votos de la clase media, mucho más catalanista y ahora empujada por el discurso dominante hacia salidas soberanistas. Ciertamente, la posición dubitativa del PSC respecto al pacto fiscal, apoyando una parte, absteniéndose en otra, es difícilmente defendible, menos cuando se abdica de explicar la realidad, que parece que en Cataluña no llega y que en España no se escucha apenas: que la Unión Europea camina -a ver si es verdad- hacia la unión fiscal, que es un elemento, junto con la unión política, del necesario federalismo europeo. Mientras, en el Parlament catalán, los representantes de los catalanes iban a contracorriente de Europa.

Quizás todo este gran circo quede en nada. Quizás, y seguramente, CiU vuelva a ganar las elecciones y consiga lo que pocos gobiernos han conseguido en Europa: revalidar su mandato tras una política brutal de recortes, aunque está claro que su victoria o derrota no dependerá de este aspecto, sino de si los catalanes consiguen -o quieren- quitarse la venda que el nacionalismo les quiere poner en esa transició nacional y reflexionan si, quizás, la mejor defensa de Cataluña es la defensa de sus propios derechos, la defensa de la libertad individual y colectiva más que la supuesta libertad nacional, que, parece que no, pero están todas recogidas en la Constitución de 1978 y en el Estatuto de autonomía.

Notas:
Catalanistas, amortizados o moderados, Albert Sáez (El Periódico de Catalunya, 5/09/2012).
Catalonian CT, Guillem Martínez (El País, 25/09/2012).
Cataluña es plural, (Editorial de El País, 26/09/2012).
Funámbulos (CiU) y conservadores (PSC), Albert Sáez, (El Periódico de Catalunya, 14/08/2012).
Gigantomaquia nacional, José María Ridao (El País, 26/09/2012).
¿Independencia?, Laia Puig Martí (Carta al director, El País, 24/09/2012).
La independencia no existe, Xavier Vidal-Folch (El País, 25/09/2012).
La salida soberanista, Francesc Valls (El País, 25/09/2012).
Las cuentas de la lechera, Ángel de la Fuente y Sevi Rodríguez Mora (El País, 24/09/2012).
Lo siento, niego la mayor, Francesc de Carreras (La Vanguardia (26/09/2012).
¿Qué ocurre con Cataluña?, Jordi Font (El País, 17/09/2012).
Perturbaciones en la fuerza del PSC, Xavi Casinos (El Periódico de Catalunya, 5/09/2012).
Racionalidad y burbujas, Jordi Gracia (El País, 12/09/2012).

martes, 25 de septiembre de 2012

La Comunidad de Madrid o aguirrismo sin Aguirre


Mientras escribo estas líneas contemplo en la pequeña pantalla -sintonizado el canal de propaganda, antes servicio público, llamado Telemadrid- la investidura de Ignacio González como nuevo presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Es muy cierto que la dimisión de Esperanza Aguirre ha pillado a todos, incluso a sus más próximos, con sorpresa. Una semana antes, en el debate del estado de la región, Aguirre parecía mostrar ganas de seguir gobernando como siempre lo ha hecho: para beneficio de unos pocos, con la desazón de unos muchos y con el asentimiento silencioso y vergonzante de otros muchos más, tal es la desgracia de la Comunidad de Madrid. Sin duda, no conoceremos las causas reales de su dimisión hasta dentro de mucho, lejos de los bulos lanzados que, de ser reales, no los considero suficientes para que esta "dama de hierro" a la madrileña de un portazo no solo a Mariano Rajoy sino a su coto de influencia política. Me aventuro a imaginar que las razones son más económicas y de cara a la historia: la continua degradación económica de España y de Madrid no pueden empañar el aura de "liberal exitosa" de Esperanza Aguirre que sí ensució, entre otras cosas, el recuerdo de su referente británico, Margaret Thatcher.

No notaremos mucho la diferencia en el gobierno del día a día y a largo plazo, porque lo que se va a ensayar es un aguirrismo sin Esperanza Aguirre, es decir: el mantenimiento de los regalos fiscales a los más ricos; el desmantelamiento del Estado de bienestar a cargo de la Comunidad (sanidad, educación, dependencia y transporte público, principalmente), troceado y regalado a los grupos económicos e ideológicos afines; el uso del nacionalismo español y centralista como herramienta política que complementa y retroalimenta al nacionalismo periférico. 

El modelo económico basado en la construcción y recalificación de suelo público, llenando los bolsillos de algunos ricos de dinero gracias a lo que era propiedad y derecho de todos, y también los bolsillos de algunos cargos públicos de comisiones y regalos por los "servicios prestados", ha terminado porque la coyuntura obliga a ello. Pero eso no pone punto final al proyecto de enriquecimiento del neoliberalismo -o neoconservadurismo para otros- que representa la clientela política de Esperanza Aguirre, enriquecimiento para unos pocos y deterioro de los servicios públicos y las condiciones laborales para la inmensa mayoría, ahora con la mirada cambiada del ladrillo al casino, campo en el que el beneficio para la sociedad es limitado y discutible. Lo que no es discutible es que será el negocio para un grupo muy pequeño y la desesperación para la mayoría: esa es la base del neoliberalismo y, con esos mismos parámetros, de momento está teniendo éxito, para desgracia de la mayoría. Otro ejemplo es el credo liberal de que bajar los impuestos beneficia a la mayoría de la población, lo que no es verdad: los más ricos se han beneficiado de esas bajadas y los más humildes, trabajadores y clase media, la han sufrido porque la han compensado con la subida de las precios de las tasas, universitarias y de transporte: está claro que alguien con ingresos elevados no sufre igual que alguien con menos que una matrícula suba de 1.000 a 3.000 euros -y si no, tiene la universidad privada, donde le regalarán el título mientras pague religiosamente-; está claro que alguien con ingresos elevados no sufre igual que alguien con menos que el precio del billete del transporte público suba de forma brutal desde que gobierna Aguirre - subida que no se corresponde con el nivel de vida y menos en un momento de elevado paro-, simplemente porque ese ciudadano de ingresos elevados usa mucho menos el metro y el autobús que las clases medias y trabajadoras. El liberalismo aguirriano, como vemos, solo beneficia a una selecta minoría con la aquiesciencia de la mayoría.

Ignacio González no goza ni del carisma ni la influencia que posee Esperanza Aguirre. Tampoco de su fortaleza política. Es muy seguro que, al menos en sus primeros momentos de gobierno, la influencia de Aguirre sobre el quehacer del nuevo gobierno de González será de una sombra muy alargada -el "efecto" de que Esperanza Aguirre llegue a la Asamblea de Madrid conduciendo su propio coche pero llevando de copiloto a Ignacio González ya es bastante esclarecedor-. Pero, fuera de la Comunidad de Madrid, no corren buenos tiempos para los afines a Esperanza Aguirre: pesa el pulso que Aguirre pareció lanzar a Rajoy en 2008 y el protagonismo desmedido que, si bien proporciona una buena distracción frente a la crisis -fútbol, nacionalismo, "meteduras de pata"- en otras ocasiones puede ser embarazoso, como presuponer que el gobierno nacional cambiará las leyes laborales y antitabaco al gusto de Aguirre y Adelson, en una total intención de invasión de competencias o marcar el camino a otros. Ignacio González tendrá que intentar acercarse a Rajoy para garantizar su lugar en el seno del Partido Popular o confiar en lo que disponga su referencia, Esperanza Aguirre.

Las mayorías absolutas de Esperanza Aguirre se han basado en la construcción de una imagen pública de cercanía, campechanía con el ciudadano madrileño medio, así como en la publicidad que sin descanso ha vendido una idea de eficacia en la Comunidad de Madrid y de trabajo por el bienestar, cuestiones lejos de la realidad y, aunque fácilmente cuantificables, han generado un mito instalado en el imaginario colectivo de los madrileños que es difícil romper. En buena parte el capital político del Partido Popular madrileño se ha basado en ello y en la explotación de su figura pública. 

Sin Esperanza Aguirre, es posible imaginar un escenario más abierto para la competencia de otros partidos y en la configuración de un mensaje alternativo que perdió su oportunidad en 2003. No obstante, el escenario político ha cambiado y ya no hay una oposición clara y más o menos homogénea al neoliberalismo y al conservadurismo del Partido Popular madrileño. A la opción clara del centro izquierda representado en el PSM y apoyado por una IU que se instalaba en la colaboración de las fuerzas de izquierda y en la participación en los gobiernos como método de influencia y demostración de su capacidad de gestión se ha pasado a una oposición muy dividida y aislada. Por un lado, un PSM muy debilitado e inmerso en sus luchas internas aún ocupa el liderazgo de la oposición, pero sin un mensaje alternativo claro -más allá de una defensa del Estado de bienestar, del sector público sin romper el mensaje conservador de que "sector público" se relaciona con "poder sindical" y que todo ello, en conjunto, es malo y perjudicial para el madrileño (sería paradójico, pero la mayoría de la ciudadanía en Madrid se lo cree)- y no tiene al lado aliados potenciales más que interesados. IU juega a la carta de la representación de la "única y verdadera izquierda" pero no goza de la impresión de saber poder gobernar para el conjunto de la ciudadanía, también inmersa cada pocos años en luchas intestinas de reconfiguración del poder entre los sectores del Partido Comunista y la izquierda más abierta. UPyD, la nueva fuerza parlamentaria en Madrid, bascula entre el apoyo casi gratuito al PP madrileño -Getafe, Alcalá de Henares- y la reivindicación de mensajes regeneradores muy interesantes pero más retóricos que cargados de otras cuestiones, como demostrar que pueden ser un partido para gobernar más que un partido para protestar, como le pasa a Izquierda Unida.

Es de esperar que el cambio de Esperanza Aguirre a Ignacio González sea una oportunidad que aproveche la izquierda política de Madrid para configurar un programa alternativo y reconstruya los lazos perdidos con la sociedad y los medios de opinión pública como paso necesario para la cohesión y la construcción de una nueva mayoría. En democracia, la alternancia es sana pero también la existencia de una potencial alternancia.

domingo, 23 de septiembre de 2012

El Partido y los intelectuales

Os enlazo en esta entrada un artículo que he realizado como colaboración en el blog Cafeteoría, una reflexión desde una perspectiva gramsciana del papel del Partido en la sociedad como guía del bloque que debe conquistar la hegemonía y su relación con los intelectuales, que son los que deben dar cohesión ideológica al movimiento, teniendo como base la situación actual, de hegemonía del discurso neoliberal y, en España, de una crisis política que tiene diferentes facetas, una de las cuales es el movimiento del 15 M, como posible cantera de la nueva intelectualidad joven y su dificultad y rebeldía para integrarse dentro de las estructuras políticas existentes.

Que lo disfrutéis, así como os recomiendo seguir con detalle todo lo publicado en Cafeteoría.

martes, 11 de septiembre de 2012

Cataluña ante la Diada de 2012: la cuestión nacional

Cataluña celebra hoy su Día Nacional. Fuera de los actos oficiales de conmemoración y de homenaje a Rafael Casanova -y fuera de la mitificación de su lucha-, miles y miles de catalanes abarrotan el Paseo de Gracia barcelonés para dar comienzo a una manifestación independentista que tiene como lema "Catalunya, nou estat d'Europa".

La manifestación es la plamasción final en la calle de la campaña independentista, organizada por distintos grupos partidarios de la independencia, que arrancó de aquellas consultadas ciudadanas celebradas en 2009 y del estado de opinión molesto por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el nuevo Estatuto de autonomía de Cataluña. Los grupos independentistas han animado las creencias de "maltrato" de España a Cataluña. Desde la calle y los círculos intelectuales, los grupos por la independencia catalana han ido haciéndose un hueco y colando su discurso, donde se juntan argumentos "históricos", sentimentales, económicos y políticos, más o menos heterogéneos, no muy sólidos, pero lo importante era asentar una idea: el sentimiento independentista es mayoritario en Cataluña, sea o no sea cierto. Un ejemplo: para el nacionalismo hay expolio fiscal, sea o no cierto porque, claro, habrá según la vara de medir.

El contexto les ha sido favorable: la opción independentista siempre ha gozado de un peso importante en la sociedad catalana, minoritario, pero presente. A esa base se ha unido la crisis económica y la crisis política que sufre no solo Cataluña, sino el resto de España y el resto de Europa. La crisis ha erosionado el optimismo anterior y la confianza en las instituciones. Rotas estas, las sociedades se sienten algo huérfanas: los partidos políticos han perdido confianza como canalizadores de la voluntad de los ciudadanos, las instituciones políticas se ven como alejadas e impotentes ante organismos superiores e intereses económicos que escapan de sus manos. En el resto de España, el anticatalanismo militante de la derecha, que arranca desde la aparición de los nacionalismos más reaccionarios en España, ha servido como elemento retroactivo para el discurso del "maltrato", en un sentido de "¿véis como no nos quieren?". 

La crisis política contribuye: CiU, como movimiento nacionalista, siempre vio su sustitución al frente de la Generalitat por parte del PSC como un ataque no solo a su predominio político, sino a su concepción nacional catalana, sobre todo cuando a Pasqual Maragall le sucedió José Montilla, andaluz de nacimiento, como president de la Generalitat. Esta alternancia política de izquierda tuvo una breve y accidentada vida: el PSC siempre ha tenido una característica, que es la existencia de una base electoral trabajadora, de poco pedigrí catalán y poco preocupada por la cuestión nacional, y una élite política suscrita a esta cuestión. La característica podría haber sido virtud: el PSC podría haber contribuido a forjar un discurso de una sociedad catalana más diversa, en lo que está claro que no sería una Cataluña intransigente, ni españolista negando su particularidad, ni catalanista negando su diversidad. Entonces, la característica se transformó en problema: el PSC ha sometido su discurso político al discurso nacionalista de CiU. Además del desgaste que ha sufrido todo el socialismo español, el desgaste del socialismo catalán lo es también por la desafección de ese electorado que se siente huérfano, yendo hacia otras opciones como el PP, Ciutadans o Plataforma per Catalunya. 

Por tanto, hay una absoluta falta de respuesta, fuerte, del interior de Cataluña, al desafío nacionalista, pero no porque no existan las bases, sino porque no existen los cauces. De momento. Quizás una buena noticia para el PSC es la dificultad de su sustitución por otras fuerzas: tanto PP como UPyD generan rechazo por su discurso nacionalista del sentido opuesto, por más que el PP intente disimular ese aspecto; tan grande es aún la huella antiPP, herencia recibida del gobierno de Aznar. ICV únicamente puede aspirar a recoger el voto joven, y tiene la problemática de que su discurso político bascula demasiado al son de la opinión dominante de la izquierda nacionalista; como esa izquierda, su ideología acaba en el Ebro, por lo que no resulta extraño su voto favorable, junto con ERC, al pacto fiscal propuesto por CiU. Pero está claro que el PSC debe reconfigurar su discurso.

La crisis que vive ERC explica buena parte del "auge" del independentismo. Primeramente, su incapacidad para contribuir en los pasados tripartitos a consolidar el proyecto federalista, así como para combatir la hegemonía convergente en el nacionalismo catalán. El discurso de ERC no pudo conciliar el federalismo histórico de la formación con la presión independentista, de la que algunos grupos en su seno se sirvieron para desafiar el liderazgo de Carod Rovira, que no halló otra forma de combatirlo sino copiando su discurso. Los sectores derrotados sirvieron para configurar nuevas formaciones más radicales que Esquerra en cuanto a independentismo, como Reagrupament y Solidaritat. Lo cierto es que a medida que Esquerra apostaba más por el independentismo más caía electoralmente, y ahí están sus resultados desde 2003 hasta 2011.

El gran beneficiado de la crisis del independentismo político ha sido CiU, y si el movimiento independentista goza ahora de una gran cobertura mediática es gracias a la federación nacionalista. CiU, como en otras ocasiones, juega con el sentimiento nacionalista para conseguir dos objetivos: seguir condicionando la política española para conseguir más y más competencias, amenanzando con desatar las fuerzas secesionistas; y mantener la hegemonía de su discurso político. La propuesta del pacto fiscal es la síntesis de la estrategia de CiU. Tal es su capacidad de marcar la agenda política, que hasta Esquerra, olvidando todo su discurso izquierdista y de la ética por la transparencia (que, teóricamente, acompaña a la izquierda) ha salvado a CiU de investigar la corrupción del caso Palau, "en pos de la construcción nacional", cuya estación actual es el pacto fiscal.

Los nacionalistas moderados, a diferencia de los radicales, juegan con la larga duración: por supuesto que quieren la independencia, pero no la quieren mientras suponga una ruptura dramática de la sociedad y una gran incertidumbre para la economía de su clientela política. "Ahora no es el momento". El contexto internacional, ciertamente, no iría en ayuda de una Cataluña independiente: una ruptura unilateral no sería bien vista por la comunidad internacional, así como una economía tan unida al resto de España y la Unión Europea, de la que tendría que salir, así como abandonar el euro, no es un escenario deseado para la burguesía catalana. Obviamente, para el nacionalismo radical esto es secundario: como todo nacionalismo, siempre hay un enemigo externo o interno al que culpar, todo supeditado a la construcción nacional y a un único discurso nacional.

Que el sentimiento independentista sea mayoritario es una cuestión muy relativa. Como se desprende de lo dicho líneas arriba, hay una sensación de que es mayoritario por la gran repercusión mediática que goza. No hay, por supuesto, una opresión real que viene desde Madrid, ese Madrid fuente de todos los males (enemigo externo). En un comentario que un independentista me dijo que la cuestión era "que no se podía sentir catalán". La identidad. Obviamente, en un país democrático y de Estado de derecho como es España es muy difícil legislar los sentimientos, por no decir imposible. La identidad no es algo homogéneo y eso queda reflejado en todas las encuestas, tanto del CIS como del CEO catalán. Esa pluralidad, que niega al discurso homogéneo de todo nacionalismo, obliga a construir una sociedad donde cuenten todos los ciudadanos (el proyecto que debería abanderar el PSC), lo que daría seguramente a una Cataluña no diera la espalda al resto de España. También podría llevar al nacionalismo a negar esa pluralidad, y voces no faltan, ansiosas de señalar quién es o no es un buen catalán, en la tesis que es el nacionalismo quien crea la nación y no al revés. Eso daría una Cataluña que daría la espalda tanto al resto de España como a buena parte de sus habitantes.

En una crisis que se ha llevado por delante la confianza en los partidos tradicionales y en las instituciones es muy fácil que medre el populismo y el radicalismo, y las voces moderadas queden apartadas. Europa tiene demasiada experiencia adquirida de desastres, divisiones y conflictos como para olvidarlos. No hay que olvidar que la historia más fecunda de Europa en lo social, político y económico son los últimos sesenta años, marcados por la construcción europea. Tampoco hay que olvidar que, incluso en Europa en la historia más reciente, la división y el odio a lo diferente han traído guerras y genocidios. España es una sociedad democrática donde todo puede ser discutido desde las bases del respeto y la convivencia. No podemos estar a rastras con  la cuestión nacional, sobre todo cuando la actual Constitución es un contrato social que consagra a España como un Estado que tiene como valores superiores la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo. Es decir, que si hay que cambiar algo, hay que cambiar las bases. Hay países que tienen bien determinado las reglas del juego. La cuestión sería si los nacionalistas aceptarían algo que perjudicara su camino a la construcción nacional, aun cuando busque que el camino sea pacífico, aunque largo o infinito. 

Ciertamente, mientras los europeos sufrimos una crisis económica y política que pone en duda un modelo social justo, divididos ante los poderes económicos, no ayuda mucho que se nos quiera dividir aún más. Hay que apostar por el federalismo, como base para garantizar la diversidad y la identidad de cada uno de los ciudadanos, que son los verdaderos sujetos políticos. Ese debería ser el proyecto del federalismo español y del federalismo europeo.

Catalans, feliç Diada Nacional de Catalunya, ¡visca Catalunya!


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